Amor constante más allá de la muerte...

Pues hoy nos vamos con un poema del gran Quevedo (1580-1645), nuestro querido poeta cojo. Literariamente, perteneció a la corriente conceptista, estableciendo disputas con Luis de Góngora, que se situaba en la corriente opuesta: culteranismo. Este poema fue escrito en una de las mejores épocas para la literatura española, que por algo se le llama los Siglos de Oro (XVI y XVII). Y también es por algo que Quevedo eligiera el soneto para escribir sobre la muerte y el amor a la vez, y no un romance, una copla o una seguidilla. El soneto es la forma poética más perfecta que existe desde que apareciera en el sur de Francia, pasara a Italia con Petrarca, luego a Inglaterra con Thomas Wyatt o Shakespeare, etc. Pero bueno, no caliento más la cabeza al personal. Vamos con el poema:

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas, que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejarán, no su cuidado;
serán cenizas, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.